Los lacayos del sistema como Solbes o ZP se empeñan en camuflar con eufemismos el precipicio socioeconómico hacia el que vamos como aquella diligencia desbocada de las pelis del salvaje Oeste. Todos los indicadores muestran que esta recesión económica global no va a ser anecdótica. Varias crisis han confluido en el espacio-tiempo y cuando eso ocurre, la historia nos dice una y otra vez que la cosa puede acabar en desastre.
Los mundos rico y pobre tienen cada cuál sus propios problemas, muchos de ellos íntimamente relacionados. La presión migratoria sobre el mundo libre es un síntoma claro de que la vida es insoportable en el mundo empobrecido. La hambruna que amenaza a 850 millones de personas (conviene recordar que se trata de eso, de personas, no "inmigrantes", "sin papeles", o "ilegales") tiene muchos factores que la explican. Algunos son internos, pero los externos son los que nos interesan aquí, ya que se trata de la repercusión de nuestro modo de vida sobre ellos. La crisis de los precios del petróleo, la generación de biocombustibles, la condena de sus agriculturas al monocultivo para exportación, el alza insoportable de los precios de los alimentos básicos, la escasez de agua y el avance de la desertización, las dictaduras sangrientas y las guerras por los recursos: todos ellos obligan a estas gentes a buscar un futuro si no mucho mejor, sí al menos diferente.
Los habitantes de la orilla rica tenemos nuestros propios problemas en los que ahondamos cada hora que pasa. Una gran crisis financiera que ha confluido con el alza de los precios del petróleo está generando un progresivo aumento de los costes de todo aquello de lo que depende nuestro modelo de desarrollo insostenible. Las primeras consecuencias se están dejando ver ya por todas partes: protestas, huelgas, aumento del paro, paralización de importantes mercados como el de la automoción o el inmobiliario. Pronto llegará el desbastecimiento alimentario por los paros del transporte. Aumenta el discurso xenófobo fascista del miedo. ¿Seguimos?
Todos esos gravísimos problemas que no parecen inquietar al optimista de ZP son hijos de la misma madre: la Gran Ramera del capitalismo transnacional, voraz y belicista como nunca lo habíamos visto.
La postiza sonrisa de ZP es la mejor metáfora de la actual situación. No se ruboriza al hacernos creer que con unas generosas dosis de optimismo se van a arreglar los problemas del mundo. Y resulta que el iluminado era Anguita... Sólo le falta recomendarnos silbar "Always look on the bright side of life" en la ducha. Las soluciones vendrán como en los buenos finales de la factoría Disney, bajo el paraguas de la Poppins o del interior de la lámpara del Genio.
¿Otras recetas de los grandes sesos del mundo rico? Los jerarcas de las transnacionales, próceres de la libertad de mercado, disponen de sus marcas blancas, nuestros líderes democráticamente electos, que aparte de un optimismo que esotéricamente nos salvará de la "desaceleración" no tienen otras ocurrencias que viejas recetas tan antiguas como el primer mamporro. Represión, represión y represión. Ahí está ya la criminalización explícita de la pobreza,, la caza del "ilegal". ¡Ah, sí! Y más libre mercado.
Y es que los títeres de las transnacionales no van a ofrecer otra cosa que no sea eso. Pero eso sí, este hatajo de ladrones globales que nos educan para señalar a los sectores más débiles como los culpables de todos los males, no tiene ningún reparo en pedir intervencionismo público para arreglar "lo suyo". Un socialismo a su medida. Se tragan toda la teoría liberal cuando sus fortunas siempre crecientes desaceleran un poco y proponen un robo legal, un trasvase, de dinero público para seguir su engorde. Lo que en España se traduce estos días en que el Estado salve al sector inmobiliario con un plan público de absorción de la demente cantidad de viviendas invendibles de otro modo que no sea la VPO. La deconstrucción socializante de la construcción capitalista. O un "plan renove" para desatascar la venta de automóviles. ¡Olé los huevos! Yo así, también sería capitalisto, y mucho. Robo y especulo lo que puedo, y cuando no puedo más porque he exprimido hasta el límite al populacho, le exijo al gobierno de turno que desvíe recursos públicos para permitirme seguir robando y especulando un poco más. ¿Y así hasta la extenuación? Todo aderezado con descongelación salarial y flexibilidad del mercado laboral. Y el chantaje constante de las deslocalizaciones. ¿Y después qué?
Esta versión pantagruélica del libre mercado es la causa de los males descritos más arriba. Y sus cabezas pensantes nos invitan con toda su cara a apagar el fuego con su gasolina, previo pago de impuestos sobre la misma. Pues si esto es todo lo que da de sí este sistema, tendremos que ir pensando en su sustitución, por las buenas o por las malas si no nos dejan otra opción, por un sistema en el que de veras se imponga la razón sobre el apetito económico de una selecta minoría. Hay que deslocalizar a unos cuantos de sus cómodas poltronas, a ver si cogen la indirecta de que ya no queremos seguir este camino suicida.
Va llegando el momento para la reflexión, sin ponernos apocalípticos, pero sin perder el horizonte de las enseñanzas de la historia pasada. El ser humano ha demostrado una inusitada capacidad para tropezar una y otra vez con la misma piedra, desafiando una leyes de la Naturaleza que dicen que los esfuerzos adaptativos de las especies se hacen buscando la supervivencia. En el día de hoy, el sistema económico vigente va claramente, en ese sentido, contra natura, en la dirección opuesta, salvo que el verdadero objetivo no sea otro que la supervivencia de determinadas elites. Pero cuando no tengan a nadie más que sangrar ¿qué harán? ¿Hacia qué futuro nos está encaminando ese grupúsculo dirigente? Hay que destapar la hipocresía de ese cardenalato que proclama una fe integrista en el libre mercado al tiempo que dice a sus sacristanes políticos y mediáticos que los milagros de salvación económica se fraguan sisando del cepillo de la parroquia.
Resulta paradójico que el mismo cerebro que desarrolló todas las capacidades para sobrevivir e imponerse como especie dominante del planeta, nos esté llevando ahora al despeñadero ecológico, económico, bélico y social que puede ser la antesala de una agonía sin precedentes en términos numéricos, pues nunca la Tierra ha soportado tal número de humanos. En el pasado se conocieron otros períodos de sufrimiento y desaparición física de culturas, reinos imperios y decenas de millones de humanos de forma simultánea (1500 aC., siglos XIII o XVII, las dos guerras mundiales del siglo XX, por ejemplo). No hay nada que haga pensar que nuestro caso pueda ser diferente, en el sentido de que la civilización tal y como la concebimos hoy desde nuestro punto de vista occidental y capitalista se volatilice. Entre tanta telebasura y propaganda no se nos informa de lo rápido que puede descomponerse un país o un sistema cuando las cartas vienen mal dadas. Pensemos en la Argentina del corralito. O en la descomposición del bloque socialista europeo. Eso ha ocurrido ante nuestros ojos. Y puede volver a ocurrir ahora, en plena era tecnológica. Un modelo social que con todo el avance científico del que alardea, muchas veces con razón, permite todas las injusticias que hoy padece la mayoría de la población del planeta, se ha ganado a pulso su desaparición. O su superación, no caigamos en la desesperación.
El Apocalipsis nunca se producirá. El socialismo entendido como la racionalización y planificación económica será la salvación, antes o después. No en un sentido escatológico-mesiánico, sino como garante real de la supervivencia de la especie. Los resultados económicos de los experimentos socialistas lo demuestran, digan lo que digan los ingénuos convencidos de que esto marcha, de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Estos tipos se deleitan oliendo las fragancias de flores frescas de un cuidado jardín de propaganda que les impide ver qué detrás de los setos y árboles que cuidadosamente podan los mass media cada mañana temprano, se oculta un vertedero que arde tras haber arrasado el antiguo bosque. Estos ingenuos, en España, están representados por la aristocracia democrática PP-PSOE. Pero algunos llevamos años avisando de que el caótico vertedero podía arder en cualquier momento, que el olor de la basura quemada no se tapa ya con nada, y que si no se descontrola el fuego esta vez, será en la siguiente ola de calor económico.
Y si alguien duda de que es el socialismo el sistema que garantizará nuestro futuro, los que más saben de economía, los capitalistos, claman, babean estos días por la intervención estatal, tragándose sus falsos principios liberales a la menor ocasión. La diferencia entre sus peticiones y las nuestras es que ellos quieren un socialismo a su medida, y nosotros lo reclamamos para todos.
La pregunta es: ¿es más justo su socialismo o el nuestro?
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